jueves, 5 de febrero de 2009

5) Te admiro desde el silencio.


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Hermosa peonía color sangre en plena eclosión emergiendo
voluptuosa del exuberante ramaje verde.
Jardín de Larraona.
(Foto de Jesús Díaz).
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Gracias Esther por existir.
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Gracias por tu hermosura, por tu belleza natural, sin sofisticación, envidia de las altivas diosas del Olimpo.
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Gracias por tu vitalidad, por ese optimismo contagioso que derrochas en tus miradas.
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Gracias por esa sonrisa maravillosa que derramas sin medida.
Gracias por la felicidad que emana de todo tu Ser.
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Ni la espléndida Venus, ni la casta Diana, ni la inteligente Palas Atenea saciarían mi apetencia, sin embargo una mirada fugaz tuya sería suficiente para serenar mi espíritu atormentado.
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Mi alma desgarrada por la soledad se sosiega con tu mera presencia y tu sonrisa ilumina mi intimidad hasta los pliegues más recónditos.
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Te admiro desde el silencio, desde el anonimato, de forma callada; mi insignificancia te sitúa en pedestal inaccesible, en peana de diosa inmortal.
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Si fuera más hermoso, si la Naturaleza y los dioses hubiesen sido más generosos y me hubieran concedido más inteligencia, más osadía, arrojaría mi inhibición por el sumidero de las tristezas y no dudaría ni un instante en acercarme a ti cálidamente.
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Sin embargo mis temores me imponen, de forma inexorable, amarte desde la distancia, desde la amargura de la imposibilidad.
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¿La posesión mata lo que la esperanza crea?. Si es así quizás sea más afortunado disfrutando con avidez del amor platónico que te profeso, con la certeza de que mis fantasías no defraudarán a mi deseo.
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Pero a pesar de todo, que tu mirada tierna y profunda siga posándose, aunque sea de forma efímera, sobre mi. De lo contrario es preferible sucumbir y difuminarse en la Nada.
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Zaragoza, 6 de diciembre de 1994.
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