jueves, 5 de febrero de 2009

9) No me importa, dulce Esther, si te enojas.


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Hermoso "pensamiento", de oro y sangre vestido, nos mira
atento con ojo-mariposa y despliega vigilante sus antenas
parabólicas ansioso de conocer el Universo que lo ha creado.
Jardín de Larraona.
(Foto de Jesús Díaz).
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Contemplar, extasiado, tu cuerpo esbelto en su desnudez natural,
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Contemplarlo con mirada limpia, despojada de falsos pudores, de obscenidad y lascivia,
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Recrearse en el deleite puro de tu belleza, en la estética afortunada de tus formas,
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El agua cristalina de la cascada deslizándose en beso acariciador por la tersura de tu piel bronceada,
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Los rayos de sol gozosos de reverberar en la tibieza de tu cuerpo bruñido,
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La suave brisa del atardecer dichosa por mecer tus cabellos ondulados,
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Y si te enojas, dulce Esther, porque contemplo cándidamente tu hermosura de diosa Diana, y muestras agravio por tu castidad por mi mirada mancillada,
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No me importa sucumbir cual joven Acteón, por su osadía en ciervo convertido y por sus propios perros devorado.
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No me importa soportar estoicamente el castigo de Sísifo, condenado eternamente a rodar, con esfuerzo ingente, la roca obstinada hasta la cima del monte, que de nuevo precipitadamente descenderá, si fugazmente puedo solazarme en la cumbre con la lozanía de tu figura deseada.
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No me importa someterme a la desesperación de Tántalo atado al tronco rugoso del árbol, si veo tu rostro fascinante reflejado en las aguas huidizas al intentar colmar la sed ardiente que me abrasa, o escucho el susurro melodioso de tu voz al tratar inútilmente de alcanzar los frutos de las ramas frondosas.
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No me importa padecer el suplicio de la rueda de Ixión, girando eternamente en inmensidad del Universo celeste, si al contemplar el fulgor de las estrellas siento el dulce estremecimiento de tu mirada encendida posándose sobre mí.
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No me importa llenar absurdamente el pozo sin fondo de las Danaides, si al inclinarme sobre el brocal percibo el eco de tus risas alborozadas elevándose desde la profundidad infinita,
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Que los Dioses benévolos me inflijan castigos tan ansiados y sacien eternamente mi sed de ti, Esther.
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Zaragoza, 15 de Febrero de 1995.
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