jueves, 5 de febrero de 2009

8) Ulises, rey de Itaca, astuto y sagaz.


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Larraona. Iglesia parroquial de San Cristóbal.
Portada sur. Capitel de la estatua columna de San Pedro.
Románico popular de finales del siglo XII.
Aunque aparentemente parece tratarse de angelotes de
amplias y desplegadas alas, el hecho de que muestren
sus cabezas decapitadas (y no el resto de figuras) sugiere
que quizás mostraban cabezas de animal y por lo tanto
representaban figuras híbridas tan características de la
mitología clásica greco-romana, reflejadas por ejemplo en la
"Odisea" de Homero (grifos, harpías, sirenas, etc.), y que
posteriormente recogió el bestiario medieval, aunque a
menudo con cambio de significado y de simbolismo.
(Foto de Jesús Díaz).
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Ulises rey de Itaca, astuto y sagaz, con tu ingenioso caballo de hoplitas preñado, en la perdición hundiste al linaje de Príamo destruyendo la inexpugnable Ilión con sutileza letal.
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Los aqueos te otorgaron las armas de Aquiles por tu perspicacia genial, frente al empuje ciego y demoledor del ingenuo Ayax Telamón, quien sumido en negra desesperación, con la espada bruñida su pecho abrió, derramando a borbotones su roja sangre convertida por los dioses en lozanos jacintos de hermosura sin par.
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A tu añorada patria regresas desde las desoladas murallas de Troya ansiando abrazar a tu amada Penélope de inquebrantable fidelidad, asediada por pretendientes soberbios que a tu llegada las Parcas inexorables al Hades tenebroso arrojarán.
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El sudario blanquísimo de Laertes finge tejer mientras Helios desparrama su luminosidad, destejiéndolo presurosa cuando Febo exhausto, refresca sus corceles sudorosos en el mar, pues a los osados intrusos desposarse prometió cuando a su espléndido lienzo diese su toque final.
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En su tierna mocedad Telémaco, tu hermoso retoño, anegado en cólera e indignación, impotente se siente para expulsar a los impúdicos invasores del hogar.
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Devoran arrogantes tu hacienda en banquetes opulentos y ultrajan impunes a las siervas del palacio, sumiendo a tu noble estirpe en la ignominia más afrentosa que pronto vengarás.
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Los dioses volubles demoraron tu retorno al deseado lar.
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Al país de los Lotófagos los vientos veleidosos de Eolo te arrastraron y muchos de tus guerreros que la pulpa melosa del Loto saborearon la vuelta a la patria, desdichados, osaron olvidar.
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Arribásteis a la isla de los Cíclopes, vástagos amados del dios Poseidón, y al cruel Polifemo hundísteis, implacables, en su único ojo, el candente puntal para escapar raudos de su antropófaga voracidad.
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Tras huir de los perversos Lestrigones llegásteis a las tierras de Circe, la Hechicera, que con brevajes maléficos, en piara de cerdos a tus hombres incautos transformó.
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Y te deleitaste, gozoso, con los melodiosos cantos de las sirenas, fuertemente amarrado al mástil de la nave, tras obturar los oidos de tus remeros con blanda cera.
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Y surcaste el Ponto vinoso sorteando hábilmente el angosto estrecho por los monstruos Escila y Caribdis flanqueado, siempre protegido por la diosa Atenea, frente al enojo de Poseidón.
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Y en la feraz isla de Trinacia donde mansamente pacían las vacas del Sol, custodiadas por las hermosas ninfas Helíades, perdiste la cóncava nave y a todos tus hombres en tormenta bravía, por ignorar, insolentes, la orden Olímpica de no degollarlas, ni con sus carnes sabrosas el hambre saciar.
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Y a la deriva, extenuado, sobre los restos del navío, fuiste recogido por la amorosa ninfa Calipso, quien prendada de tu gallarda bizarría, te retuvo jubilosa, mas al fin los magnánimos dioses apiadados de tu lánguida nostalgia ordenaron tu partida.
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Y los Feacios hospitalarios te recibieron con agasajo trasladándote a las cálidas playas de tu Itaca ansiada y querida, metamorfoseado en mendigo andrajoso por la sabia Atenea.
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Y el porquero Eumeo, desconocedor de tu identidad, derrochó contigo generosamente su hospitalidad suspirando por el regreso de su señor Odiseo que veinte años atrás a la invicta Troya con sus guerreros fue a luchar.
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Y envuelto en harapos, en tu propia casa por los pretendientes altivos fuiste vejado, solo el perro fiel reconoció a su amado dueño husmeando cariñoso sus pies mugrientos y lacerados, y la leal nodriza Euriclea, quien palpó con sobresalto de alegría la cicatriz que te produjo el jabalí del Parnaso.
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Y en el momento decisivo, sólo tu lograste distender el mítico arco, atravesando con la saeta los ojos de los doce segures, y todos atónitos y perplejos te reconocieron al instante y ninguno de los pretendientes evitó la lóbrega Parca, pues las flechas de tu aljaba a sus corazones prestas volaron dirigidas por la certera Atenea.
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Y en la intimidad del lecho, esculpido sobre antiqísimo roble, todavía arraigado, los esposos añorados gozásteis dichosos los placeres de Afrodita con el alma sosegada por la dignidad de la estirpe finalmente restituida.
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Zaragoza, 23 de Julio de 1995.
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